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Había una vez...

Actualizado: 26 may 2020


Hace dos años que el aroma a chocolate y horneados invadió mi vida. Nunca fui de esas niñas o adolescentes que siempre hacían algo rico para comer a la tarde, como un bizcochuelo, muffins, una tarta...


La verdad es que a muchas de mis amigas se le daba bien la cocina y yo no tenía idea ni de cómo prender el horno.

Pero si me pongo a recordar, la pastelería tocó mi puerta varias veces, desde muy temprana edad. Recuerdo cuando tenía unos 4 o 5 años, y me ponía a ver los programas de Marta Ballina (una gran pionera y referente de la pastelería en Argentina) que mi mamá tenía grabados en VHS. Todos eran sobre decoración de tortas, y los veía una y otra vez. Por más que no estaba en mis planes -al menos no conscientemente- aplicar alguna de esas técnicas, me fascinaba verlas.


Para Pascuas, ya de adolescente, siempre ayudaba a mi mamá a hacer huevos de chocolate. Es algo que me encantaba y hasta el día de hoy me encanta hacer. Creo que me gustaba más por compartir el momento con ella que por la actividad en sí, porque recuerdo que me sentía mal si un día no podía estar para hacerlos. Claro que mi parte preferida del proceso era decorarlos y empaquetarlos.


Luego comencé a hacer muffins (o magdalenas, madalenas, y tantos otros nombres que tienen). Los hacía con los limones frescos que mi tía nos traía recién cosechados de su árbol, y se convirtieron en mi especialidad. Probé de otros sabores, pero nunca hubo otro más rico que el de limón, y amaba hacerlos en tamaño miniatura, de unos cinco centímetros de diámetro. Quedaban muy bonitos y te daban ganas de comer más.


Años después, decidí hacerme vegana: no quise consumir más huevos, leche, carne, ni nada que fuera o viniera de un animal. Esto me abrió la puerta a un mundo nuevo de sabores, texturas, combinaciones.

Sin embargo, la pastelería... ufff... Pobre mi madre cuando le pedí que mi torta de cumpleaños fuera vegana. Hicimos un bizcochuelo que parecía una piedra. Volvimos a intentar y salió mejor. Quería rellenar la torta con crema de coco. Compré una lata de leche de coco, con la ilusión de abrirla y poder batir una supuesta parte sólida que había visto en muchos videos de internet... cosa que por algún extraño motivo no sucedió, era puro líquido. No recuerdo exactamente el sabor de esa torta, pero sí que era muy chocolatosa y que todos los que la probaron prefirieron repetir una porción de esta y no de la "tradicional". No porque fuera fea, las tortas de mi madre siempre fueron las mejores; creo que fue la calidad de uno de los chocolates que usamos, que hacía toda la diferencia.


Y fue el amor (no al chocolate! sino a una persona) el que me llevó a querer hacer un regalo. Se me ocurrió regalar una caja de bombones. Pero quería que fueran veganos. Así que me puse a investigar e investigar qué chocolate podía usar, qué rellenos... e hice mi primera caja con un montón de variedades. Se veían tan lindos, y quedaron tan ricos, que pensé "están para vender"...


Y así comenzó este frenesí de la pastelería. Recuerdo que mi primer entrega oficial fue un desastre. Pero eso, queda para otro posteo...



Candela Bertoldi

Pasionaria Delicatessen

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